Ahora sí. Ha llegado la hora de decir adiós.Que canten nuevas voces.
 Gracias.
“Millones de manos acaban de ponerse en hora. 
Han dado la vuelta a numerosas y diversas clepsidras de todos los 
tamaños. Qué espanto de X que nos desciende, que nos devuelve a nosotros
 mismos. Al concluir las primeras, han brillado mis uñas por un segundo 
de consumación, y después se me han caído al suelo todas, fundiéndose en
 hormigas de mercurio. Ahora tengo laberintos con olor a niñez donde 
antes tenía uñas. Otras también acaban de derramar su contenido, acaban 
de acabarse, se verten, y pelo por pelo, mechón por mechón, pierdo mi 
cabello que son ahora espermatozoides de revolución encaminados a 
fecundar el vientre de la existencia. Lo que era antes una melena 
rizada, envidiada por el viento, es ahora un cráneo con cráteres muy muy
 parecidos a los de la luna más lejana. Cuándo terminará todo esto, a 
qué hora me pregunto. Pero resulta quizá, que es mi pregunta una de esas
 últimas horas. Mi piel se arruga con manchas de 3ª edad, y una de estas
 clepsidras sostenida en el oxígeno más gravitatorio, bastante 
considerable sin duda, reposa ya, ha dicho adiós, para convertir mi piel
 en una serpiente infinita y milenaria que ha hecho del planeta de mi 
intuición exterior sensorial un ovillo que late hechizado. Soy un fiel 
reflejo de los esqueletos en clases escolares de anatomía y en consultas
 de primer piso ahora cerradas. Ya no puedo negar mi naturaleza al 
estado cambiante de los siglos. Pero es preciso decirlo, antes de que mi
 lengua se convierta en mar, antes de que mi garganta sea el corredor 
subterráneo de aquellas mazmorras, es preciso decirlo, mucho antes de la
 intimidad de los eclipses, es preciso, antes, mucho antes, delante de 
cualquier numeración hace guardia, se impone, hay siempre un cero, un 
cero a la izquierda, un cero que no cuenta con sus dedos tullidos, una 
corona invisible, un arco en llamas de anteayer que atraviesan leones de
 agua crepuscular, una vagina que nos desposa con su cósmica alianza, 
con el grandioso deseo de no muerte por el cual lloramos lágrimas de 
entraña uterinas que manifiestan nuestro propio canto, nuestro 
ininterrumpido sitio en el mundo, vivísimo retorno, tejer y destejer una
 misma prenda en la celda de los tiempos, esferas celestiales, esferas y
 más esferas que nos recorren, que delimitan las fronteras de nuestras 
capitales milagrosas, que nos recorren decía, con sus agujas bien para 
decirnos la hora en que temimos oscuridad, en que fuimos ensombrecedores
 como Persia, en que escondimos nuestros labios bajo piedras derretidas,
 un cero en fin que se ejemplifica si llega el caso, por el contexto 
asombroso en el cual se circunscribe. 
Y mi eterna noche se retrotrae, eriza su lomo, se estira como 
una invasión, igual que un bostezo iluminado, retrocede hasta mi alma 
para no terminar nunca dejando en la tierra que conduce a mis arenas 
movedizas, levantada, levantada por sus garras cegadoras, iniciales 
perplejas de sí, extrañas a mí, proféticas, que sesudamente me dirán 
quién soy, quién soy yo. Mas ya no estoy en busca de mi nombre, nada de 
eso, ya no salto del ser al ser con innumerables campanillas que 
cosieron por mi alma a lo largo de su himen de luz las nueve musas de la
 Tracia, nada de eso, ya no salto del ser al ser.  Me dirán quién soy”.

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