A Arnaiz y Langarika
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Una vez perpetrado el
asesinato uno reincide gustoso, y qué vasto silencio a banquete de
gateada comida hoy tienen de nuevo, tras largos siglos, mis palabras.
Bien apretados los nudos, ya me encargué de arrojar todos los
botines al mar, aunque aún no te haya dado un último beso.
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Con tan sólo tocarte
purgatorio. Cuando recordar se ha convertido en una fea costumbre,
marcho sin oponer resistencia alguna al desbordamiento de las riadas,
pude aplastar los más altos templos con tan sólo adelantar un paso,
logré apagar aquellos cirios morados con los dedos mortecinos, pero
arañaré tus pechos sin embargo, oh buen final, y tu grito sin
consuelo será tan hermoso como lo son las luces de una ciudad vista
desde las afueras y a la vez próxima. Mas dejo tatuado en la piel
del tiempo señales de una lucha encarnizada y desaparezco, estrella
fugaz, galeón derribado, animal perseguido, rudeza aclamada, poblado
de voces de pasión y muertes desmedidas.
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Si he de ahogarme en la
polvareda levantada por mi propia ventisca, si he de lavar con mi
lengua las duraderas llagas del lamento, si he de ser apedreado al
atravesar el pueblo de un destino de leyes rancias, si he de morir de
sed sin alcanzar el oasis que mi ánimo presiente tan cerca, si he de
perder el juicio y convertirme en la bestia enjaulada, irrisoria, que
se exhibe en las plazas, si he de quedarme sin ojos por el ansia de
hallar un paraje distinto al de la rendición, si he de desangrarme a
oscuras en el día que aún nadie ha visto, sea ahora; ahora que
estoy sembrado de emociones perennes y quisiera morir porque he de
dar su nuevo fruto; ahora que leí en las vísceras de casi todas las
cosas; ahora que heredé la pérdida, el fondo, lo improvisto, y unas
garras más incipientes; ahora, ahora que doy patadas en el vientre
de vejeces fatales, ahora que agoto las posibilidades sin número de
las excusas, ahora que abro los brazos en los arrecifes para recibir
la llegada de los encuentros furtivos, ahora,
vestigio último, pasarela que se derrumba; ahora que vuelvo mi espíritu, camaleón, hacia lo que será pensado, y en donde decidido entrego el porvenir, como un testigo rodado de otras alianzas, a su melodía conmovedora, víspera de anunciaciones.
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vestigio último, pasarela que se derrumba; ahora que vuelvo mi espíritu, camaleón, hacia lo que será pensado, y en donde decidido entrego el porvenir, como un testigo rodado de otras alianzas, a su melodía conmovedora, víspera de anunciaciones.
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El nombre es el
nacimiento primero. A merced de ser pronunciado desde tus labios
cárdenos de suspiros, mi tiempo se limita a un perpetuo entierro
mientras que yo, clamor que no ha de detener el fuego, flechas que
siempre caen sobre la misma calumnia, exilio en el claro alumbrar de
los caballos salvajes, no existo. No aún. Acaso un recuerdo
inhóspito que esparce cenizas de adiós y abandona panales de
avispas en la peor de las pesadillas. Ya me hice ladrón de los
sueños más crueles.
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Ahora me retiro a mi zulo en el ahogo y las magias mientras te dejo, devorándote a ti misma, en el oscuro y ledo burdel del silencio, como sólo devora un Dios a cuantos creen en él.
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Ahora me retiro a mi zulo en el ahogo y las magias mientras te dejo, devorándote a ti misma, en el oscuro y ledo burdel del silencio, como sólo devora un Dios a cuantos creen en él.
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Nómbrame una vez, tan
sólo una vez, para poder vivir al fin mi muerte
última.
última.
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