Con la palabra quisiste
hacerte libre y con la palabra terminaste siendo reo. Cada cual elige
la cuerda con la que se quiere ahorcar, y es mi voz demasiado vieja
para morir. Es la que gimió con toda la fuerza de los aguijones al
ser sepultada por estrellas, la que fuera de sí voló desnuda en los
cánticos nómadas de los akelarres, la que ordenó la decapitación
de los reyes en los palacios tomados, la que fue sacrificada y
derramó su sangre en copas de viento, la que abrió el resplandor de
cofres profanados por la melodía oscura de las lluvias, la que besó
paisajes lejanos y jamás después quiso llegar a descansar en su
sonido. No otra que la que ahogara en la carne la fe de su eco por
temor a nubes iguales. Y la muerte saldrá ciega de mis entrañas
hasta abrasar mi piel. Aquella tierra que brillará por un momento
como un diamante, como una herida en la sombra, como un latigazo en
el viento, con todas las distancias de los latidos, y todo yo seré
su flor abierta, la que embriagará con el aroma de todos los amores
que tuvo el mundo, y todo yo seré su flor abierta.
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