He probado en mí todos los venenos para cerciorarme que el sabor lejano
de mi alma no finaliza en la letra Z. Qué existencia en otros signos.
Pero tú, ya inmortal para mi vida, Mujer oceánica de las pasiones, tú ya
no eres tú, no tú misma, no así tú misma. Te sueño tanto, te siempre
tanto, te pienso tanto, que ya mi tiempo sin tu muerte te ha resucitado,
ha llegado incluso a parirte de nuevo, y cómo, con qué inagotables
latidos te ha reinventado mi mundo, y contigo el mundo mismo, y a su vez
el universo, inclinado hacia los deseos primitivos que se ocultan bajo
párpados de musgo, inclinado en el fuego invocado que nació de un
pensamiento, huellas en la nieve, perlas hacia un fondo, lluvia tras los
ojos, a favor todo del transcurrir de nube al cual se debe el circular
femenino nombre de lo que es eterno.
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